Hace ya tiempo
hablamos por aquí de la luna atormentada del Sistema Solar, Ío. Es una luna tan interesante que no he podido resistirme a volver a contar más cosas sobre ella.
Ío orbita al gigantesco planeta Júpiter a una distancia media de 420000 km en una órbita excéntrica. Dada la cercanía de Ío a Júpiter se produce lo que se conoce por acoplamiento de marea, esto es, el satélite siempre muestra la misma cara a su planeta. Otra de las consecuencias de este acoplamiento es que la órbita poco a poco se hace circular, estabilizándose.
Ío pasa frente a Júpiter en esta hermosa toma que capturó la sonda Cassini en 2000, cuando iba de camino a Saturno. NASA/JPL
No olvidemos que Ío es apenas un poco más grande que nuestra Luna (3600 km de diámetro, un 5% de diferencia), con lo que lo normal sería que su actividad geológica fuera similar a la de nuestra Luna, o sea, ninguna.
Comparativa de tamaños de la Tierra, la Luna e Ío. Wikipedia
Ío
provocando un eclipse solar sobre la atmósfera de Júpiter. Esta
fantástica imagen fue tomada por el telescopio espacial Hubble en 1999.
Créditos: John Spencer (Lowell Observatory)/NASA
Sin embargo, Ío no se encuentra sola orbitando al mayor de los planetas del Sistema Solar ya que la acompañan otras
66 68 lunas más, entre las que encontramos las otras 3 grandes lunas galileanas (Europa, Ganímedes y Calisto, descubiertas junto con Ío por Galileo en 1610). De hecho, 2 de estas lunas (Europa y la gigantesca
Ganímedes, que es incluso mayor que Mercurio) ejercen una poderosa influencia sobre Ío. Con estos cuerpos se produce un curioso fenómeno de resonancia orbital, llamado
Resonancia de Laplace (los periodos de sus órbitas tienen una relación entre sí de números enteros, 1:2:4). Veamos un poco más detalladamente qué es esta resonancia y por qué es tan importante.